“No el poder de recordar, y sí el poder de olvidar, constituye una de las condiciones necesarias a nuestra existencia.”

 Tal vez por eso escribió Sholem Asch, en la abertura de “El Nazareno”:

“No el poder de recordar, y sí el poder de olvidar, constituye una de las condiciones necesarias a nuestra existencia.”

El escritor judaico no positivó en el libro su creencia en la reencarnación, aunque sea esa la temática de que se utilizó para elaborar su historia, mas no se puede negar su intuición de la verdad. Es precisamente por eso que la sabiduría divina determinó que se apagase en nosotros, al tomar nuevo estado en la carne, el recuerdo de las existencias anteriores ¿Qué sería de nosotros, si fuésemos obligados a vivir bajo la confusión de las pungentes recordaciones de antiguos y horrorosos errores?

Es preciso, entretanto, distinguir bien una cosa de la otra. El olvido proporcionado al Espíritu, en la fase de la recordación, es una bendición, una concesión, para que él intente la reconstrucción de sí mismo, como si estuviese momentáneamente desligado de sus culpas, aunque aún responsable de ellas. Con la finalidad de concederle todas las oportunidades, y colocar a su disposición los mejores instrumentos, el olvido del pasado constituye dádiva preciosa, que no siempre él sabe valorar. Retornando, no obstante, a su condición de Espíritu desencarnado, le pude ser facultado el acceso a la memoria integral, para que haga un inventario general de su acervo espiritual – las aflicciones que remanecen y las conquistas que ya consiguió realizar.

Ese momento es crítico, en la trayectoria evolutiva del Espíritu. Nuevamente él se ve en una de las innumerables encrucijadas de la vida: por un lado, podrá proseguir en el áspero camino de la redención; conseguir ablandar algunas aristas más contundentes de su carácter y desenvolver una pocas virtudes embrionarias. Es seguir al frente, en una nueva aventura en la carne, después de una pausa, para rehacerse, en el mundo espiritual. Es cierto que, por ahí, difícilmente él irá a la gloria inmediata, aunque efímera, o al poder, que tal vez aún lo fascine; es más cierto que continúe el recorrido del dolor, de la renuncia, de los desengaños, porque la redención aún está lejos, para aquél que mucho erró.

Por otro lado, está el camino aparentemente más fácil y ciertamente más apetecible del adelantamiento. Quedan para después las conquistas sobre nosotros mismos. Vamos primero a “gozar” la vida, a dominar al semejante, a acaparar el poder, a acumular riquezas materiales, a vivir, en fin, intensamente, irresponsablemente, alegremente. Después, veremos cómo aceptar esas cuentas con lo que, por largos siglos o milenios, insistimos en llamar de destino. Es aquél que opta por este camino, que también decide por el olvido. Sus angustias son muchas, sus remordimientos extremadamente penosos, y nadie puede gozar la vida con ese lastre de aflicciones. Lo mejor, así, es olvidarlas, sepultarlas, ignorarlas, como si el pasado no existiese más en nosotros, y el futuro nunca fuese a existir.

DIÁLOGOS CON LAS SOMBRAS.-
HERMINIO C. MIRANDA

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